El desmantelamiento y traslado del monumento erigido en Tallin, la capital de
Estonia, a los soldados soviéticos caídos en la II Guerra
Mundial ha provocado un desgarro emocional en la dividida
sociedad del más pequeño de los países bálticos, con 1,3
millones de habitantes. También se ha convertido en un nuevo
motivo de enfrentamiento entre la UE y Rusia. Los estonios
no saben cómo ni cuándo curarán las heridas reabiertas, mientras
hay quienes consideran que la UE no ha estado a la altura
de las circunstancias y llegan a temer que en determinadas
condiciones su país podría ser sacrificado al oso ruso.
Obreros y excavadoras se afanan en adecentar la amplia isleta triangular en un
cruce de calles del centro de Tallin en la que hasta hace
unos días estaban enterrados 12 soldados soviéticos junto
al monumento a los caídos luchando contra el nazismo. Popularmente
conocido como el Soldado de Bronce, su desaparición deja
el triple frente del cruce de Tonismagi limitado por un bloque
de viviendas, el edificio de moderna factura de la Biblioteca
Nacional y una iglesia luterana, la confesión mayoritaria
en Estonia.
La isleta de Tonismagi está rodeada
de vallas, sobre las que se marchitan algunas flores rojas,
mientras decenas de policías montan guardia 24 horas al día
en sus alrededores. La remoción del monumento y la exhumación
de las tumbas provocó un estallido callejero entre el 26
y el 28 de abril que costó una vida en circunstancias por
aclarar, importantes destrozos en el centro de una ciudad
que nunca había vivido semejante experiencia, una grave crisis
diplomática con Moscú y un ahondamiento en la fractura que
separa a la mayoría formada por estonios de la minoría (25,7%
de la población) que agrupa a los nacionales rusos residentes
y los ciudadanos, prácticamente todos rusófonos, que aunque
nacidos en Estonia se ven forzados a ser apátridas.
El Soldado de Bronce ha sido trasladado
a un cementerio militar en el extrarradio. Miles de flores
forman un arcoíris de afecto creado por frustrados rusohablantes
para quienes el traslado ha sido el último ejemplo del desprecio
que les reserva el Gobierno de Estonia. El monumento encarna
las diferencias hasta hoy insalvables entre las dos comunidades
del país: para los rusos, el Soldado de Bronce representa
la heroica lucha de la URSS contra Hitler y la liberación
de Estonia del nazismo; para los estonios, el poder ocupante
durante medio siglo y el aplastamiento de Estonia por el
terror rojo.
Los judíos se alinean en esta dicotomía
con los rusos al ver a los soviéticos como liberadores del
azote de Hitler. Para el Centro Simon Wisenthal de Jerusalén,
el desplazamiento del Soldado de Bronce es un insulto a las
víctimas del nazismo: "No es sorprendente en un país que se ha mostrado indiferente ante los crímenes
perpetrados por los colaboracionistas estonios del nazismo" entre 1941 y 1944, indica su director Efraim Zuroff.
La independencia de Moscú lograda
por Estonia en 1991 conllevó la inmediata creación de una
identidad nacional en un territorio que desde el siglo XVIII
había regido el zarismo como provincia propia y tierra de
colonización. Para la nueva república, 1991 marcaba la restauración
de una primera independencia obtenida en 1918 y concluida
traumáticamente con la integración en la URSS en 1940, fruto
del pacto Molotov-Ribbentrop, a la que siguieron la ocupación
nazi de 1941 a 1944 y el definitivo dominio soviético a partir
de entonces. El Gobierno de la nueva Estonia independiente
decidió que no se expulsaría a nadie residente en el país,
en el que un tercio de la población es de ascendencia no
estonia, pero que la nacionalidad no se concedería automáticamente
y que la lengua estonia, hablada por un millón de personas,
sería el instrumento de conformación nacional.
Recibieron el pasaporte estonio los
nacidos en Estonia antes de 1940 o sus hijos. Todos los demás
serían o extranjeros (rusos en su inmensa mayoría, al haber
llegado como colonos soviéticos) o apátridas, si nacidos
en la Estonia soviética, para quienes se establecía un procedimiento
de acceso a la nacionalidad que, como principal requerimiento,
exigía el conocimiento de la lengua. Los apátridas no podrían
votar en las elecciones parlamentarias ni servir en el Ejército.
Galina Filina, de 58 años y de nacionalidad
rusa, está indignada con el traslado. Ha venido a ver cómo
ha quedado el Soldado de Bronce en su alejado emplazamiento. "Todos los que lucharon eran héroes y liberaron Estonia de los fascistas. La gente
no entiende por qué el Gobierno ha hecho esto. Los fascistas
están orgullosos de sus ideas", dice.
Alexéi Grigoriev, de 29 años, empleado,
también airea su malestar. "Los estonios eran unos subdesarrollados hasta que llegaron los soviéticos. No
me gusta el traslado y apoyo a quienes protestaron" en las algaradas que han sacudido a Estonia. Grigoriev es apátrida porque apenas
habla estonio, una lengua difícil, y no se atreve con el
examen de lengua necesario para conseguir la nacionalidad. "Mucha gente siente que hay desigualdad y discriminación", apunta Vadim Polestsuk, consejero legal y analista del Centro de Derechos Humanos
de Tallin. Estudios sociológicos indican que las minorías
sufren una tasa de paro (9,7%) que dobla la de la mayoría
estonia y que no tienen representación acorde a sus números
en los puestos de responsabilidad social o en los mejor remunerados.
Moscú explota conforme a sus necesidades
coyunturales ese malestar de la minoría rusa. El largo asedio
de la Embajada de Tallin ante el Kremlin por quienes protestaban
contra el traslado del Soldado de Bronce y el cruce de amenazas
públicas entre ambas capitales elevó la crisis a un choque
entre Rusia y la UE. El comportamiento europeo no satisfizo
a Tallin, que llegó a pedir la suspensión de la próxima cumbre
UE-Rusia, aunque oficialmente el Gobierno estonio ponga ahora
buena cara a la reacción de Bruselas.
"No debemos reaccionar
provocadoramente ante Moscú", señalan fuentes comunitarias. "Hubiese sido un error cancelar la cumbre".
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