Dicen que Aribert Ferdinand Heim, el mayor criminal de guerra nazi todavía prófugo,
estaría cercado. Sin embargo, ayer fue su cumpleaños número
94, por lo que también podría estar muerto.
Si se confirman los pronósticos y esta vez los datos son ciertos, un médico de
1,90 de estatura, que calza zapatos número 47 y tiene
una cicatriz inconfundible en la comisura derecha de
la boca, podría estar contando las pocas horas que le
quedan en libertad.
Un ejército de policías europeos profesionales, analistas contables, cazarrecompensas
aficionados e informantes con más o menos rigor está
lanzado tras él, y todo parece indicar que el cerco sobre
su persona ha comenzado a cerrarse.
La recompensa que se ofrece
por su captura ronda el medio millón de dólares, sus
perseguidores no han dejado piedra sin remover en Dinamarca,
España, Brasil, Uruguay, Chile y Argentina, y hasta Effraim
Zurof, director del Simon Wiesenthal Center de Jerusalén,
está más entusiasmado y optimista que nunca, y la semana
próxima llegará a Buenos Aires para dirigir personalmente
el sprint final de la búsqueda, que se centrará entre
Bariloche y Puerto Montt, en la Patagonia chilena, donde
el fugitivo podría estar viviendo.
Un solo dato, sin embargo,
pone paños fríos y condiciona tanto esfuerzo y optimismo:
la presa habría cumplido ayer 94 años, y nadie está totalmente
seguro de que esté vivo. Pero entonces, ¿qué ha hecho
de ese hombre un desvelo para tantos, quién ha sido para
despertar semejante interés, qué emociones ha movido
a lo largo del tiempo?
La respuesta es una y contundente:
Aribert Ferdinand Heim, que de él se trata, es el mayor
criminal de guerra nazi todavía prófugo.
Un médico en el infierno.
Cualquier biografía de Aribert Heim, alias "Albert Heinrich von Ham" o "Albert Ferdinand Ham", es un lugar común del espanto.
Nacido el 28 de junio de 1914
en Bad Radkersburg, Austria, Heim estudió medicina y
en 1941 se enroló como voluntario en las SS. Desde 1942
hasta el fin de la guerra fue médico jefe del campo de
exterminio de Mathausen, y allí destacó por su sadismo.
Ordenaba desollar a los prisioneros si tenían tatuajes
que le gustaran como pantallas de piel para sus lámparas,
mataba inyectando nafta en el corazón de sus víctimas,
extraía órganos sin anestesia mientras sus "pacientes" aún estaban vivos, y disecaba cabezas que usaba luego como portapapeles.
Al final de la guerra, y hasta
que su nombre empezó a aparecer en los testimonios de
los sobrevivientes, Aribert Heim dirigió una clínica
de ginecología en Alemania, y luego desapareció. Desde
entonces hay indicios ciertos de que estuvo viviendo
en España, otros menos ciertos de que anduvo por Dinamarca,
y otros muy débiles que indican que pasó algunos años
en Paysandú, Uruguay, donde habría sido dueño de un instituto
psiquiátrico.
Aunque el legendario Simon
Wiesenthal nunca dejó de buscarlo, la carrera contra
Heim recién se activó hace pocos años, cuando una investigación
rutinaria de la justicia alemana encontró dos cuentas
bancarias a su nombre. En una había 680 mil euros y en
la otra 135 mil, y dos datos llamaron la atención de
los observadores: en los cinco años anteriores a su hallazgo,
las cuentas habían tenido movimientos por 300 mil euros,
y en 2001 un abogado había reclamado en su nombre la
devolución de impuestos a las ganancias porque Aribert
Heim vivía en el extranjero.
Los datos activaron la búsqueda,
que desde entonces fue cada vez más frenética, y enseguida
la atención de los investigadores se concentró en una
hija natural del médico, Waltraut Bosser, de 64 años,
que actualmente vive en la ciudad chilena de Puerto Montt.
"Mi padre sufrió
un ataque al corazón y murió en Argentina en 1993", dijo cuando fue interrogada, y a las autoridades alemanas y a los cazanazis
del Centro Wiesenthal se les prendió una luz de alarma:
si Heim estaba muerto desde hacía 10 años, ¿quién operaba
sus cuentas bancarias y por qué la familia no había presentado
un certificado de defunción y reclamado la herencia de
los fondos depositados en ellas?
La historia de Aribert Heim
en Mathausen y esos indicios de que aún podría estar
vivo, fueron razones suficientes como para que, a fines
del año pasado, Effraim Zurof y el Centro lanzaran contra
él la operación Última Oportunidad, una gigantesca partida
de caza, en la que aún están embarcados tras una presa
esquiva y acostumbrada a la clandestinidad.
Una aguja en el pajar. Contra
lo que pudiera pensarse, buscar a un hombre de 94 años,
de casi dos metros de alto y con una marca indeleble
en la cara, no es una tarea fácil. La recompensa que
se ofrece por él a veces distorsiona la realidad, y decenas
de pistas se acumulan semana a semana en las oficinas
israelíes de Zurof.
Pero a poco andar, la mayor
parte de ellas resultan ser falsas. "Hay gente de buena fe que está convencida de haberlo encontrado, pero cuando
comenzamos a investigar resulta que no es Heim. No coinciden
los rasgos físicos, o la edad, o la cicatriz está en
el lugar equivocado de la cara", dice Zurof. Entonces llega el momento de abandonar esa pista y empezar otra,
y así sin interrupciones, saltando de un lugar a otro.
A fines de 2007, por ejemplo,
un dato que parecía prometedor llevó a los investigadores
a Santiago de Chile, pero también allí la esperanza se
desvaneció. Lo mismo había ocurrido antes en Uruguay,
y antes todavía en España.
Según Zurof, las fuentes de
los investigadores del Centro son incontables: "Nos va dando datos toda suerte de gente alrededor del mundo. Gente de todas las
edades y de todas las religiones". Los primeros análisis de la información se hacen en Jerusalén, y la que pasa
los filtros de seriedad es remitida al gobierno alemán,
que ha creado una task force en su policía que se dedica
exclusivamente a la búsqueda de Heim.
El mismo equipo monitorea
los movimientos de las cuentas bancarias a nombre del
médico, y ejerce una discreta vigilancia sobre sus familiares
que residen en España, Alemania y en Chile.
Con las horas contadas. De
ser cierta, la supuesta muerte del doctor Heim en Argentina
no podría sorprender a nadie. Entre 1947 y 1952 el país
fue un refugio para los nazis que escapaban de Europa,
y hasta estas playas llegaron "celebridades" como Joseph Mengele, Adolf Eichmann, Ludolf von Alvensleben –quien vivió y murió
en Santa Rosa de Calamuchita–, Eduard Roschmann, Erich
Priebke y al menos otros 200 criminales de guerra. Incluso
uno de ellos, Joseph Schwammberger, por quien también
se ofrecía una recompensa, fue delatado y detenido en
Córdoba (ver aparte).
Aribert Heim podría integrar
tranquilamente esa larga lista de fugitivos indeseables,
pero el hecho que lo haría especial es que posiblemente
se trataría del último criminal de guerra nazi que sobrevivió
oculto en el país.
Si esto es así y Heim está
vivo, lo que parece cierto es que sus horas están contadas.
La maquinaria lanzada contra él es inmensa y poderosa,
y en los próximos días Zurof y su gente pondrán en marcha
el asalto final contra la fortaleza clandestina que el
médico se construyó. Los investigadores están blindados
y nadie más que ellos sabe con certeza qué los trae,
pero la operación Última Oportunidad parece haber entrado
en una fase de definiciones.
Si Aribert Ferdinand Heim
no es ya un fantasma, su cumpleaños número 94, que habrá
festejado ayer, habrá sido el último que celebró en libertad. lavoz.com.ar
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