El acusado
hizo su entrada a la sala de juicio en Munich
en una silla de ruedas empujada por un policía.
Estaba cubierto con una manta desde el cuello
hasta los pies, la cabeza descolgada hacia atrás,
los ojos cerrados y la boca abierta de par en
par. El débil anciano asistía a la Corte para
ser juzgado por genocidio. Se trata de John Demjanjuk,
de 89 años, detrás de cuya fragilidad aparente
se esconde el criminal de guerra nazi más buscado
del mundo, partícipe de la muerte de 27.900 judíos
en los campos de exterminio de Treblinka y Sobibor.
En la sala, 40 sobrevivientes del Holocausto y familiares de las víctimas lo
esperaban sentados para dar testimonio de uno
de los capítulos más oscuros de la historia de
la humanidad. Porque aunque hayan pasado más
de 60 años, para ellos esta es la última oportunidad
de hacerle justicia a la tragedia que vivieron.
No ven a Demjanjuk como un anciano indefenso,
sino como el carcelero que despojó a sus seres
queridos de sus pertenencias, los obligó a desnudarse
y los empujó hacia su muerte en las cámaras de
gas. Si la Corte lo encuentra culpable, podría
recibir hasta 15 años de condena.
El guardia
puso al acusado junto a la mesa del abogado defensor
Hans-Joachim Lutz. Alegó que resulta inadecuado
condenar a Demjanjuk por su edad y su delicado
estado de salud. Pero para la mayoría de los
testigos eso no es más que una puesta en escena
para escapar de la condena. Y cuando el jurista
dijo que someter a su cliente a juicio es una
tortura, los ánimos de la sala se calentaron.
“Aberrante, ¿cómo puede hablar de tortura cuando
su trabajo era obligar a los judíos a entrar
a las cámaras y esperar media hora a que murieran
asfixiados?”, dijo Rudolf Solomon, de 70 años,
quien perdió a su madre en Sobibor.
Lutz no paró
ahí. “John Demjanjuk fue obligado a matar. So
pena de perder su vida, este anciano que hoy
está vulnerable y aterrorizado por un juicio
en los últimos días de su vida, en su juventud
tuvo que ejecutar trabajos que los verdaderos
nazis le impusieron. Su tragedia está en la misma
posición que la de las víctimas”, dijo. El juez
tuvo que ordenar silencio. Los familiares y los
sobrevivientes, de pie, le gritaban al anciano
que permanecía inmóvil.
Y es que a
pesar de las pruebas que hay en su contra, Demjanjuk
hábilmente ha eludido a la justicia por muchos
años. Nació en Kiev, Ucrania, y a los 20 años
se enlistó en el Ejército Rojo. Según los documentos,
en un cierto momento cambió de bando y se unió
a los nazis con la idea de ser entrenado como
guardia, consciente de que el propósito de los
campos era exterminar a los judíos. Cuando terminó
la guerra, en 1945, pudo esconderse, como muchos
criminales, entre los millones de desplazados
que dejó el conflicto. Y así, en 1952, consiguió
entrar a Estados Unidos como refugiado. Por 25
años vivió pacíficamente en Ohio como mecánico
de carros, pero en 1977 se abrió una investigación
en su contra. En 1986 fue extraditado a Israel,
donde dos años después fue condenado a muerte
al ser identificado por los sobrevivientes de
Treblinka como ‘Iván el Terrible’, un sádico
carcelero nazi al que se le imputan más de 50.000
muertes. Pero después de siete años en la cárcel,
el sistema judicial israelí decidió que no había pruebas suficientes y Demjanjuk regresó a Estados Unidos.
Por 16 años
continuó impune junto a su esposa y sus hijos,
jugando al gato y al ratón con los investigadores
del Centro Simon Wiesenthal y las autoridades
estadounidenses. Dos veces se ordenó extraditarlo
a Alemania y otras tantas burló la justicia.
Alegaba problemas de salud y ser perseguido injustamente
por el gobierno alemán. “¿Por qué si los altos
mandos militares nazis están libres, sus esclavos
como Demjanjuk deberían pagar el precio?”, dijo
entonces su abogado. Finalmente, en 2008, los
médicos determinaron que estaba en condiciones
de resistir el proceso y fue deportado.
Este podría ser el último de los juicios a criminales
de guerra nazi, y de ahí su importancia. “Para
los familiares es casi algo simbólico, porque
necesitan clausurar el capítulo”, le dijo a SEMANA
Sergio Widder, representante del centro Wiesenthal
para América Latina. Pero para la justicia supranacional
se trata de enviar un mensaje. Efraim Zuroff
es conocido como un ‘cazador de nazis’ y es director
del centro Wiesenthal en Jerusalén. “Nosotros
–dijo a esta revista– hemos perseguido a estos
genocidas por tantos años porque queremos exponer
sus crímenes y castigarlos, y seguiremos haciéndolo
hasta que haya posibilidad de llevarlos ante
la justicia. Condenar a Demjanjuk es decir fuerte
y claramente que no vamos a tolerar el genocidio,
y que la justicia llegará sin importar dónde
se escondan o qué tan viejos estén”.
Demjanjuk
no se presentó al tercer día del juicio. Según
su abogado, tenía una fiebre que no cedía y era
inhumano llevarlo. Por orden del juez, el caso
estará cerrado hasta el 21 de diciembre. Justo
ese día, 19 sobrevivientes más iban a tomar el
estrado para testificar en contra del acusado.
Y aunque están frustrados y saben que el carcelero
se está aprovechando de las flaquezas de su edad,
no piensan moverse. Después de esperar 66 años,
qué es un par de semanas más.
semana.com
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