Fritz Steinacker,
del despacho Laternser & Steinacker, lleva 50 años defendiendo a un fantasma. El 5 de mayo de 1962, éste
se presentó en persona en su bufete de la calle
de Schumann de Francfort sin que el abogado sepa
cómo. Ese día, el ex médico de las SS Aribert
Heim les dejó allí un “poder”. Y hasta hoy, Heim
sigue reapareciendo en la vida de este hombre
de 87 años. “Tiene que ser ésta”. Steinacker
saca la copia de un expediente con la vigorosa
V con que Heim escribió “Vollmacht” [poder, en
alemán]. El original se guarda en la brigada
regional de investigación criminal. Con una mezcla
de caligrafía romana y alemana, Heim encomienda
a “los señores abogados” representarle “judicial
y extrajudicialmente tanto en sus asuntos privados
como en los jurídico-patrimoniales…”. Estas líneas
eran un anuncio de huida enmascarado. Dijo: “Ya
tendrán noticias mías”. Se deducía que no quería
afrontar entonces un inminente proceso por homicidio.
Y no lo haría nunca, porque en 1962, este criminal
de guerra desapareció para siempre. Para los
encargados de la prosecución del caso, quedó “en paradero desconocido”.
Quién le había recomendado el bufete a Heim? Steinacker sacude la cabeza: “No
lo sé”. Quizá entre los ex camaradas de las SS
se había comentado que el no menos luciferino
médico de los campos de concentración Josef Mengele
había contratado a estos abogados de Francfort
en 1961. Fue su mujer la que acudió buscando
ayuda para él. Se llamaba Marta, “Marta sin h”,
dicta Steinacker, domicilio en Zürich-Kloten,
Schwimmbadstraße 11.
El hombre en quien confiaron los genocidas sigue teniendo oficina en Francfort,
a la que acude a diario. Ésta es de estampa convencional:
un ostentoso tresillo Chesterfield bajo un grabado
de Merian de la ciudad, un tronco del Brasil,
una caja fuerte… Encaja con su imagen conservadora
(pantalones grises, chaqueta oscura) y revela
mucho sobre este notario jubilado con buena situación.
Steinacker sujeta bajo el brazo el archivo de
Heim cuando deja solo al visitante en la habitación.
El mundo conoce
a Heim como “Doctor Muerte”. Se ofrecen 310.000
euros de recompensa por su captura. Debió de
ser infinitamente cruel. En el campo de concentración
de Mauthausen “mató a muchas personas… por móviles
completamente viles”, inyectando cloruro de magnesio
en su corazón, en su mayoría judíos. Así consta
en la orden de detención 6 Js 176/79, dictada
por la fiscalía de Baden-Baden. Heim experimentaba
con los cuerpos vivos por puro aburrimiento,
se regodeaba con el sufrimiento de los degollados,
encargó que hirvieran y disecaran cráneos… A
los investigadores les ha costado describir su
inhumanidad de forma objetiva. Una y otra vez
saltó la noticia de que había sido visto en Brasil,
Chile, España… Su defensor calla inexpresivo.
Amparado por el secreto profesional, Steinacker
ha tenido parte en este macabro juego del escondite.
De acuerdo con la televisión alemana ZDF y The
New York Times, Heim murió en agosto de 1992
y fue enterrado en El Cairo como Tarik Hussein
Farid. Ni siquiera esta reciente revelación saca de su mutismo a Steinacker. Dice que ha seguido la noticia “con gran
interés”. Pero, mientras no existan pruebas,
un análisis de ADN o un certificado de defunción
oficial, su poder de 1962 sigue vigente.
Steinacker
es el último miembro importante aún vivo de un
equipo de abogados que logró hacerse un nombre
en los mastodónticos procesos contra criminales
nazis. Ya sea en el proceso Majdanek de Düsseldorf
(iniciado en 1975), que concierne a un total
de 250.000 asesinatos, o el de la Audiencia Provincial
de Hamburgo contra Viktor Arajs, que en 1979
fue condenado a cadena perpetua por intervenir
en el asesinato de 13.000 personas, sus clientes
han hecho frente a acusaciones que ponen los
pelos de punta. Apenas ha habido algún proceso
en el que no fuera necesario hablar de atrocidades
inconcebibles. Steinacker tiene a sus espaldas
una carrera sobrecargada de dolor ajeno, con
muchos muertos. Demasiados para su pasión por
la vida.
Resulta difícil
aclarar si esta deprimente temática ha ido a
su encuentro o si la descubrió por iniciativa
propia. Nadie le ha obligado a dedicar su vida
a nazis que no se arrepentían de lo hecho y a
asumir por ello el hostigamiento de un entorno
receloso. Algunos colegas rechazaban esta clientela
por motivos políticos. Otros pensaban que el
crimen épico del genocidio era propicio para
buscarse la ruina (y luego eran testigos del
florecimiento del bufete Laternser & Steinacker). Los crímenes de pesadilla ejercen una atracción irresistible sobre
los abogados defensores, e incluso contribuyen
a su gloria de acuerdo con una dialéctica sorprendente.
Es evidente que Steinacker se esfuerza en tratar
a un nivel puramente forense la cuestión de por
qué se dejó enredar: “Se corrió la voz de que
yo era el hombre adecuado”. Pronto se convirtió
en experto.
Nacido en
1921, Steinacker creció en el Estado hitleriano.
Poco antes del bachillerato, su formación como
piloto lo catapultó entre los guerreros. Cualificado
para volar sin visibilidad, pilotó aviones Ju
88 y Heinkel 111 con la cruz gamada en el timón.
Este piloto de bombarderos de los escuadrones
de combate 4º y 55º resultó herido grave varias
veces. Se ha ido desmoronando con la edad, pero
un hombre a quien se concedió en enero de 1945
la orden de la “Cruz alemana de oro” por “actos
de extraordinario valor” es un hombre de audacia
acreditada. Deseaba estudiar medicina. Pero los
olores le provocaban desmayos. Llegó con hambre
a la jurisprudencia.
Los periodistas
aman las casualidades. Nos habíamos citado en
su oficina, pero me topé con Steinacker en la
calle, una oportunidad de oro para observarle:
su andar era más erguido, enérgico y vital de
lo esperado. Al entrar cedió el paso al más joven.
Uno podría pensar que alguien que se ha visto
cara a cara con el crimen en todas sus manifestaciones
tiene que haber quedado marcado. En lugar de
eso, tengo sentado al otro lado de la mesa a
un delicado caballero bronceado tras las vacaciones.
De poca estatura, invita a subestimarlo. Pero
en su interior esconde una novela. Su cabeza
es de otra época. Si no fuera por los ojos escrutadores,
su rostro tendría una expresión reservada. No
resulta fácil entablar conversación. Nos vamos
aproximando a escenarios y personas, a sus clientes
Heim y Mengele, que en 1945 estuvieron a un paso
de acabar en el patíbulo. Hace un calor sofocante
en Francfort, pero el ambiente en el local empieza
a ser glacial.
Steinacker
mira furtivamente el reloj. De porte rígido,
irradia un aura de disciplina y sentido común.
Produce una impresión tensa, combina curiosidad
y escepticismo, afán pedagógico. Practica la
economía de gestos. A veces centellea un relámpago
de picardía. Se irrita fácilmente. La paciencia
no es el fuerte de este “abogado especializado
en el pasado alemán”. Experimentado en la topografía
del terror, Steinacker podría informar como nadie
sobre la maraña de implicados y autores de los
delitos, él es el único a quien han revelado
la verdad. En este país aún existen personas
inquietantemente familiarizadas con el Holocausto
y que han obtenido su información directamente
de los obedientes ejecutores de las órdenes de
Hitler. Un personaje como Steinacker debería
escribir sus memorias. “Eso mismo dice mi hijo”.
Y no lo descarta.
Uno ha visto
a este abogado en fotos de periódicos codo con
codo con gerifaltes nazis: Steinacker en 1972,
en el proceso contra el antiguo coronel de las
SS Wagner, una causa con 20.000 páginas. Resulta
difícil creer que ese abuelo haya colaborado
“con el asesinato de judíos en 356.624 casos”.
Steinacker en el proceso contra los hombres de
Eichmann Hunsche y Krumey, este último condenado
a “cadena perpetua” por la matanza de 290.000
personas. Steinacker peinado a lo militar en
el proceso contra Heim. Steinacker omnipresente,
Steinacker solo contra todos. Algunas semanas
defendió, uno tras otro, a acusados en Hof, Ulm,
Essen y Francfort.
Un rastro
de sangre que recorre Europa. Asesinados en Tarnow,
en Zmigrod, en Riga. Sin olvidar a los de Czestochowa.
Su cliente Fasold participó allí en la muerte
de “al menos 180 prisioneros judíos”: auto de
procesamiento en Francfort. “La dignidad del
ser humano es sagrada”, se leía a la entrada
al tribunal. Steinacker defendió a Alois Dörr,
mezcla alemana de espíritu burgués y fanatismo.
Este campesino y brigada de las SS obligó a los
prisioneros de Helmbrechts a la “marcha de la
muerte” rumbo a Bohemia y Moravia. Dörr fue condenado
a la pena máxima, tal y como consta en la antología
de sentencias Justicia y crímenes nacionalsocialistas,
páginas 582 a 701, volumen XXXII. Mi lectura
entre las tres visitas que hice a Steinacker.
La base de datos del investigador Andreas Eichmüller
documenta 25 procesos con su participación. El
abogado objeta: “Debieron de ser más”. Una muestra
de los acusados ofrece como perfil común la voluntad
de exterminio nazi. Estos procesos debían abordar
la resolución de unos 750.000 casos de asesinato.
A pesar de
su terrible clientela, resulta sorprendente la
escasez de declaraciones de Steinacker. Fuera
de los juzgados, rara vez decía más de lo necesario.
Y no porque pensara que no tenía qué decir. Todo
lo contrario. Quería trabajar en paz. Si se le
califica de reservado, exclama: “¡Es la primera
vez que oigo semejante cosa!”. Este afiliado
a la CDU, honrado por sus 30 años de pertenencia
al partido, no se dejaba ver el pelo, como para
evitar malentendidos. El acercamiento más íntimo
a su persona fue un homenaje por el 80º cumpleaños
del presidente de la Unión Gimnástica y Deportiva
de Francfort. Ése era él. Y ese cargo le aportó
cierta reputación social y la Cruz Federal del
Mérito, cosa que fue criticada. Según dice, su
papel de defensor no ha sido cuestionado en el
ámbito privado. Ni por su hijo Peter, al frente
de la iglesia protestante en Hessen-Nassau, ni
por su esposa. Todo lo más, ésta llegó a preguntarle
suspirando: “¿Cuándo va a terminar todo esto?”.
Su gran actuación
fue el proceso de Auschwitz en Francfort. El
juicio de la “causa contra Mulka y otros” dio
comienzo en 1963. Vemos a un Steinacker metido
en su papel, lleno de gravedad, brillante toga
nueva, peinado impecable. Sus notas ocuparon
1.600 páginas mecanografiadas, prueba de su tenacidad.
Junto con su mentor Hans Laternser, representó
a cinco acusados de las SS sentados en pequeñas
mesas con números grandes. Los espectadores se
encontraron con respetables burgueses que habían
cambiado el uniforme por el elegante traje democrático.
Estaban asistidos por sus esposas con cardados
estilo B-52. Se camuflaban bajo rostros inocentes;
se cuadraban cuando se les dirigía la palabra.
Los subalternos no creían en su culpa, sino en
el destino. Sufrían amnesia. Nada sabían de los
crímenes. Sólo recordaban sus nombres.
Victor Capesius.
Farmacéutico de Auschwitz, jefe de unidad de
asalto de las SS. Según la sentencia, mandó “al
menos a 8.000 víctimas” a la cámara de gas. Ascendió
a la categoría de señor de la vida y la muerte
en Birkenau junto a Mengele, el más abominable
cliente de Steinacker. Supervisaba el Zyklon
B en la cámara de gas y seguía por la mirilla
la muerte de los prisioneros. Gracias a las artimañas
de los abogados, fue declarado “colaborador”.
Nueve años de cárcel. Aunque había obrado “con
crueldad y alevosía” y se había enriquecido con
los bienes de los asesinados de “manera indecente”,
la sala negó que tuviera un “interés personal”
en su muerte. Había traspasado la farmacia de
Göpping a su mujer y ésta anunciaba su instituto
de cosmetología con el lema “Embellécete con
el tratamiento Capesius”.
Steinacker participó en la visita a Auschwitz
de 1964. El tribunal viajó allí en diciembre,
un mes predestinado a cubrir con tonalidad
cadavérica esa región envenenada por los alemanes.
Los 28 bloques de prisioneros ya no eran un
croquis en el juicio, sino el lugar donde sus
clientes perpetraron sus crímenes. ¿Se imaginaría
su abogado bajo los plátanos deshojados a los
deportados en filas? Fue aquí donde Mengele,
con un movimiento del pulgar a la izquierda,
mandaba al prisionero a la cámara de gas; con
otro a la derecha otorgaba un mísero plazo
de gracia. ¿Qué se le pasó por la cabeza a
su defensor allí de pie junto a las vías? Imposible
saberlo. “¡Me repugna su Capesius!”, le solté.
El abogado respondió: “En aquel entonces creí
su descripción de los hechos. ¿Es usted capaz
de ver el interior de un ser humano?”.
Anticipándose
a todos, su bufete hizo recaer la responsabilidad
en la persona de “Hitler, el máximo responsable”,
y reclamó el atenuante de “órdenes ineludibles”
para los acusados. Esta simple explicación –“¡Yo
no fui, fue Hitler!”– pareció plausible a antiguos
oficiales de la Wehrmacht como Steinacker y Laternser.
Los jueces dicen que cada condenado a “cadena
perpetua” deja una huella en ellos. Steinacker
parece estar en paz con sus secretos. Ofrece
pocas emociones visibles: “Las acusaciones que
se hacen a los clientes le pesan a uno. Eso siempre
será así. ¡Cuando se oyen sus nombres vuelven
las imágenes!”. Él recurre al código legal para
ponerse a cubierto, reprimir angustias y ocultar
detalles escalofriantes bajo estereotipos. Su
tipología de los criminales culmina con uno:
“¡Eran personas como usted y como yo!”. En la
conversación da bastante importancia a una afirmación
desconcertante: “Hasta donde recuerdo, no he
defendido a ningún acusado que haya matado personalmente
a nadie con una pistola o un fusil”. Pero eso es algo que los expertos en la “solución final de la cuestión judía”
tampoco necesitaban hacer: Heim y Mengele pusieron
en práctica sus propios métodos de asesinato.
A Mengele,
un médico de inconcebible frialdad que enviaba
a Berlín cajas llenas de globos oculares de niños
asesinados, lo representó en “dos procesos sin
él, sin el señor Mengele”. Steinacker peleó para
que recuperara los títulos de doctor en medicina
y filosofía. “Nunca hablé con él ni llegué a
verlo”. Sin embargo, este desaparecido disfrutó
de su protección. “Probablemente, mis honorarios
fueron pagados por la empresa Mengele de Günzburg”.
Su compromiso con Heim le puso en serios apuros.
A finales de los sesenta buscó su proximidad
en el anonimato de El Cairo durante unos días
para tratar el proceso pendiente por asesinato.
Para Der Spiegel, era como si hablase un “médium”
del acusado huido. Por su culpa, Steinacker recibió
denuncias (que no prosperaron). Steinacker es
jurista. Los juristas son pragmáticos y eso responde
a la pregunta por la moral. El conocimiento de
la culpa y la parcialidad forman parte de la
esencia de la profesión. El abogado no parece
ser consciente del escándalo que supone el asunto Heim. Este hombre buscado en todo el mundo ha dejado en ridículo a los investigadores
encargados de dar con él mientras acrecentaba
su capital en la República Federal: ingresos
por alquileres, títulos…; se le consideraba millonario.
Steinacker le presentaba las declaraciones de
la renta. Heim tenía que confiar en su lealtad.
Y a uno le gustaría saber en qué se cimentaba
esa confianza. Tenía que haber un motivo para
que los criminales de guerra le considerasen
precisamente a él abogado idóneo. Pues bien,
uno percibe la razón: su tono conciliador puede
transformarse súbitamente en dureza; en lo profesional
tenía que anteponer sus obligaciones a sus sentimientos.
Steinacker tiene fama de devorador de actas con
memoria legendaria. Pocos podían pelear más por
acusados condenados de antemano que el maestro
de las sutilezas jurídicas. Los fiscales buscaban
en ellos un antisemitismo enraizado, puras ganas
de matar o la paranoia de la época. Steinacker
encontró en lo monstruoso un desafío jurídico.
Su tenacidad cosechó muchos éxitos. El derecho y la justicia son dos cosas diferentes. Nuestra conversación
comenzó con el caso Heim, pero emergieron esbirros
nazis uno tras otro. Yo estaba seguro de que
tras estos encuentros la imagen de las víctimas
debía seguir grabada en la retina de Steinacker.
Adolf Janssen
pertenecía al comando especial 4a. Teniente de
las SS. Según la sentencia de la Audiencia Provincial
de Darmstadt, participó, entre otras, en la ejecución
de 33.771 judíos en la quebrada de Babij Jar
(Kiev). Cuerpos desnudos en primer plano, unos
sobre otros, unos junto a otros. Al contemplar
las fotos se le hace a uno un nudo en la garganta.
Janssen ordena dinamitar el lugar para borrar
huellas. Su contribución a la masacre: echar
tierra sobre los muertos y sobre los que aún
vivían. Algunas historias van perdiendo su horror
cuanto más se cuentan. Pero ésta es cada vez
más espeluznante. Sobre este baño de sangre se
levanta una ilusión que el tiempo no consigue
extinguir. Uno quisiera descartar la posibilidad
de que los autores pudieran regresar alguna vez
del laberinto de confusas implicaciones. Pero
los asesinos viven entre nosotros. A la carrera
de la violencia le siguió el ascenso profesional.
El fiscal descubrió al director de banco Janssen,
especializado en préstamos, en su atildado hogar
en Taunus. Janssen ingresó en prisión para cumplir una pena de 11 años por “colaboración
en asesinato”. Steinacker lo recuerda como “extremadamente
inteligente”. Siguieron en contacto tras su libertad.
Que él sepa, ya ha muerto. Su número de teléfono
perdura en su libreta: “06081/5054”.
Otro cliente
de Steinacker, Rolf-Joachim Buchs, enseñaba teoría
del Estado en la escuela regional de policía
de Düsseldorf hasta que se presentó una acusación
contra él. No era un fanático de la raza, simplemente
temía la deshonra de la blandura. El 27 de junio
1941 hacía calor en Bialystok y los alemanes
encerraron a 700 ciudadanos judíos en su sinagoga.
Según la Audiencia Provincial de Wuppertal, el
jefe de compañía Buchs reconoció “el estado de
cosas por completo”. El estado de cosas fue la
incineración de los encerrados aún vivos. Esperó
hasta que los lamentos se apagaron dentro, hasta
que densas nubes de humo se cernieron sobre la
ruina… La verdad de aquel instante: cegado por
las perspectivas de promoción, Buchs dejó pasar
la ocasión de comportarse como un ser humano.
El tribunal lo calificó de “cómplice” de asesinato.
Steinacker interpuso un recurso de casación que
acortó la “cadena perpetua” a cuatro años de
prisión. El periódico local tituló: “¡Culpable,
pero libre!”.
Steinacker
conocía bien su oficio. Tan bien que algunas
de las sentencias peleadas por él suscitaron
protestas en el extranjero y originaron oposición
y amenazas: “Te vamos a matar”. Luchó hasta conseguir
que se pagara al teniente de las SS Strippel,
condenado a “cadena perpetua” por participación
en asesinato, 121.500 marcos de indemnización
por estar encarcelado injustamente. Cuando se
le menciona, una sonrisa victoriosa ilumina su
rostro: “Era necesario desde el punto de vista
de la legalidad”. Strippel se compró una casa
en Francfort. A la vista de esta clientela, los
críticos de Steinacker colegían no sólo eficiencia,
sino cierto tipo de convicciones. Nadie se especializa
en semejante gente sin afinidad, murmuraban.
Sobre todo Heim y Mengele le dieron fama de pactar
“con el diablo”. Estos rumores también estaban
relacionados con su pertenencia al NSDAP. A los
17 años, el joven Fritz ingresó en el partido
nacionalsocialista, afiliado 7125239, según consta
en el fichero del Archivo Federal. Fecha de ingreso, 1939. Steinacker dijo que fue en 1943.
Para Steinacker
es duro que se le encasille en la derecha. Él
se adscribe al ala liberal de su CDU. Si uno
reprocha su identificación con antiguos nazis,
verá su naturaleza combativa: de lo que se trata
aquí es de “verificar acusaciones conforme a
la legalidad. Y eso no tiene nada que ver con
simpatías de ninguna clase”. Densas sombras pesan
sobre su clientela, y su repetida alusión: “¡Todos,
incluso los asesinos, tienen derecho a ser defendidos
como es debido ante un tribunal!”, no consigue
disiparlas. Uno debe confiar en que su simpatía
está de parte de las víctimas. Con casi 88 años
de edad, ¿no cabría esperar que al final maldijera
su profesión clamando que el ser humano alcanza
la cima de su creatividad con la crueldad? Probablemente
la presidencia de la asociación deportiva, que
asumió al tiempo que tenían lugar los procesos
contra los nazis, supuso un refugio en un sentimiento
de comunidad. No hay que obligarle a plantearse
cómo es posible que un individuo aislado haya
podido soportar la intimidad triste de los torturadores. Pero a una edad ya bíblica ofrece cierto consuelo el
hecho de que algunas cosas empiecen a volverse
borrosas. Y uno no puede plantearse cada día
el enigma irresoluble de por qué el hombre es
un lobo para el hombre. Silencioso, parece reconciliado
consigo mismo y con lo que creyó que tenía que
hacer. Señor Steinacker, ¿hay novedades del fantasma?
En el caso del doctor Heim, el mandato mantendrá
su vigencia “hasta que se haya resuelto que ya
no está vivo”, dice. Fiel hasta la muerte, el
abogado ha sobrevivido a casi todos sus clientes.
elpais.com
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