Efraim Zuroff
Infobae
El personal de los campos de concentración es de las últimas personas del mundo en merecer simpatía y el paso del tiempo no disminuye en modo alguno su culpabilidad
En la última quincena las autoridades alemanas anunciaron que habían procesado a dos personas -un hombre de 100 años y una mujer de 95 años-, que habían prestado servicio en los campos de concentración nazis, bajo los cargos de cómplices de asesinato en un último paso antes de llevarlos a juicio.
La mujer fue acusada formalmente de complicidad en el asesinato de 10.000 personas en Stutthof, un antiguo campo de concentración nazi en la Polonia ocupada, cerca de la actual Gdansk, donde presuntamente trabajaba como secretaria de un oficial de las SS.
El hombre está acusado de servir como guardia de las SS durante tres años en el campo de concentración de Sachsenhausen, al norte de la capital alemana.
No tengo ninguna duda de que esta noticia, que se publicó en todo el mundo, hizo que mucha gente se preguntara por qué demonios estaba sucediendo esto y si tales juicios responden a algún propósito válido.
Por supuesto, esta no es la primera vez que surgen preguntas de esta clase acerca del enjuiciamiento de los perpetradores del Holocausto. No mucho después del fin de la Segunda Guerra Mundial ya algunos de los principales criminales estaban acercándose a la edad de su jubilación y estas preguntas se hicieron cada vez más frecuentes a medida que pasaba el tiempo.
He estado involucrado en facilitar el enjuiciamiento de criminales de guerra nazis a tiempo completo durante más de 40 años y he enfrentado estos problemas desde que comencé. Tanto en los Estados Unidos como en Gran Bretaña, Canadá, Australia, Nueva Zelanda (países que tuvieron que decidir, durante el período comprendido entre mediados de la década de 1970 y principios de la de 1990, si tomar o no medidas contra los colaboradores nazis que habían emigrado allí bajo falsos pretextos); o en otros países en los que encontré a un secuaz de Hitler, la avanzada edad de los sospechosos siempre se planteó como un argumento en contra del enjuiciamiento.
En estas circunstancias, creo que sería importante reiterar los importantísimos argumentos a favor de estos juicios tardíos, cuándo y dónde sea.
El paso del tiempo no disminuye en modo alguno la culpabilidad de los perpetradores. Si hubieran sido procesados inmediatamente después de que cometieron los crímenes, hubiera resultado natural, pero el hecho de que eludieran a la justicia durante décadas (por el motivo que fuere) no reduce de ninguna manera su culpabilidad.
La vejez no debería brindar protección a quienes cometieron tan atroces delitos. El hecho de que una persona pueda llegar a una edad muy avanzada no debería protegerla del enjuiciamiento. El hecho de que una persona tenga 90 o 95 años o incluso más, no convierte a un asesino en un Justo entre las Naciones.
Es nuestro deber para con las víctimas y sus familias hacer el máximo esfuerzo para responsabilizar por sus crímenes a los culpables de convertir en víctimas a hombres, mujeres y niños inocentes por el solo hecho de haber sido categorizados como “enemigos del Reich”.
Estos juicios emiten el poderoso mensaje de que si se cometen tales delitos, aún décadas después de haberlos cometido, se podría ser considerado responsable y deba rendir cuentas por ellos. Esto es importante porque muestra a los futuros genocidas y a cualquiera que esté contemplando unirse a grupos terroristas fundamentalistas, que si bien la justicia convencional nunca es perfecta, la caza de estos criminales continuará mientras alguno de ellos siga vivo.
Estos juicios juegan un papel importante en la lucha contra la negación y distorsión del Holocausto. Esta última se ha convertido en un grave problema en toda la Europa del Este postcomunista, como se evidenció claramente esta semana en Polonia, donde dos destacados eruditos del Holocausto, Jan Grabowski y Barbara Engelking, fueron condenados por distorsionar la historia al acusar erróneamente a un alcalde polaco de haber perseguido judíos, mancillando así a los polacos. La negación, mientras, continúa siendo un problema grave en tierras árabes y musulmanas, donde a menudo es patrocinada y financiada por los gobiernos.
Los criminales de guerra nazis son las últimas personas sobre la tierra en merecer alguna simpatía, ya que no sentían simpatía por sus víctimas: hombres, mujeres y niños, algunos de los cuales eran incluso mayores de lo que ellos son hoy. Cuando comparecen ante el tribunal, naturalmente se ven viejos y frágiles (y muchos se esfuerzan especialmente en parecer aún más débiles de lo que realmente son), pero no cometieron los delitos de los que se les acusa siendo ancianos, sino hace muchos años, en el esplendor de su fuerza física y habilidades.
Al contrario de lo que mucha gente piensa o asume, nunca hubo un sólo caso de un alemán o de un austríaco ejecutado por haberse negado a asesinar judíos. En muchos casos, si una persona no desea participar en las ejecuciones, puede negarse a hacerlo sin recibir sanciones graves.
Un último punto: en todos los casos en los que al haber encontrado al criminal he ayudado a hacer posible el enjuiciamiento, no ha habido un solo acusado que, por su propia voluntad, haya expresado algún tipo de arrepentimiento o remordimiento.
Muy a menudo las familias de los sospechosos los acompañan a sus juicios y tratan de generar simpatía por ellos. Invariablemente, sin embargo, las víctimas no tienen familiares vivos que puedan hacerlo, ya que ellos también fueron asesinados por los nazis y sus colaboradores locales. Consideren este artículo como escrito por un emisario de ellos.
* Artículo publicado en The Irish Times (Irlanda) / Traducción para el Centro Simon Wiesenthal Latinoamérica: Ariel Gelblung
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